Desde el balcón del cuerpo de Antonella Anedda

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Los poemas Desde el balcón del cuerpo (Vaso Roto, 2104) suponen una vuelta a los temas esenciales del hombre y la mujer contemporáneos: el sufrimiento, el sentido de lo trágico, la guerra, la meditación sobre el tiempo, el destino de nuestro mundo. La intensidad de su autora, la italiana Antonella Anedda, surge de estos temas y está profundamente ligada a la tensión ética de su escritura, donde se entrelazan el espíritu poético y el cuestionamiento filosófico. Esta profundidad, sin embargo, llega reconciliada con la ligereza, en una poesía que une la tragedia y la comedia, donde la atención al detalle se conjuga con la introspección más aguda y el dolor con la suspensión del sufrimiento.

La belleza es más intensa y radiante cuanto más cerca de su raíz oscura. Como Anedda misma explica en “El sentido de los sonidos”: “El amor es un oficio solitario. /  El amor correspondido pesa sobre nosotras, almas, hasta aplastarlas.” (p. 35). Lejos de la celebración egoísta, del narcisismo del yo, la poesía de Anedda parece surgir de un acto de emoción, casi de sacrificio. “La infelicidad es escandalosa”, escribe Anedda en “Habla el abandono”, y añade: “El cuerpo es solo un techo. / No existen nombres, ni deseo ni sexo” (p. 69).

Anedda es una poeta dueña de su mirada, pero sobre todo una mujer, capaz de escuchar, pero con su propio oído, capaz de hablar o gritar, pero con su propia voz: “Hay un alfabeto incomprensible, un lenguaje olvidado (…) ¿Ella, es decir yo, hacia dónde tiende?” (p. 91). Anedda es una poeta férrea en su empeño, de una parquedad que contrasta con la elocuencia y el lirismo característicos de la tradición poética italiana (y por ende latina).  Su voz pertenece a un paisaje desconocido.

Aunque nacida en Roma en 1955, Anedda procede de una familia de Cerdeña y ha pasado gran parte de su vida entre la capital y una pequeña isla, La Maddalena, frente a la costa de Cerdeña. Los idiomas en los que se educó fueron el catalán de Alghero y el corso francés mezclado con el dialecto de La Maddalena. Su voz, por lo tanto, pertenece a los diferentes, a los abandonados, a los excluidos: “Es el hambre lo que le abre la garganta: / una cucharada de consonantes, / una espátula de hueso sobre el paladar.” En “Mujer que escribe” (p.115) la exclusión se vuelve estilo, su idioma queda absoluta y extraordinariamente libre de gratificación retórica.

La precisión expresiva de su palabra sin adornos cumple y se corresponde con el objeto. Aunque que los poemas de Desde el balcón del cuerpo barren un amplio espectro geográfico, Anedda insiste en el detalle doméstico: “Vive en los bajos de una casa cercana, de ventanas por la mitad enterradas/ con el televisor encendido que da luz como una chimenea”. Casa, ventanas, televisor, chimenea, elementos que a menudo se consideran demasiado humildes como para merecer atención poética. En el poema “El mundo a las puertas de nuestras casas” (p. 119), un contexto amable (“El hombre barre las hojas. Cava bajo las flores, / quita brugos y malezas/ limpia los escalones uno por uno”) da paso a una reflexión inquietante: “¿Quién soy yo para imaginarlo triste; dónde termina mi vida y dónde prosigue la suya?”).

El punto de referencia de la italiana es, por tanto, la realidad desnuda, los paisajes y los objetos de la vida cotidiana. El día a día parece ser la única dimensión de la que Anedda se siente parte, en el que Anedda busca un vestigio de sentido: “No tienes ataúd que arrastrar por la nieve/ sino un perro que tirita en la oscuridad.” (p. 133).  La realidad es perecedera, necesita nuestra protección: “Dos manzanas sobre la mesa resplandecen. / Hablan con serenidad/ su lengua hecha de esferas” (p. 147).  La poesía nos protege del dolor, de la violencia en el mundo, del abandono, del peligro insidioso de silencio que constantemente amenaza con disolver nuestra realidad precaria y la palabra: “Este techo que se asoma desde la noche nos protege/ más que una cruz o un santo. / Ahora que de pronto llueve es bendito. / En una bóveda de plástico mojada/ resplandecen hortensias de azul fuego” (p. 149).

Antonella Anedda ha estudiado en Roma y Venecia. Es docente. Ha publicado poesía, ensayos y traducciones, sobre todo de la poesía (incluyendo autores como Ovidio, St. John Perse, Philippe Jaccottet, y Jamie McKendrick). Sus escritos han sido publicados en varias antologías italianas y extranjeras. En 2000, fue galardonada con el Premio Eugenio Montale por su poemario Notti di pace occidentale. Juan Pablo Roa sabe traducir el lenguaje anónimo y exacto de Dal balcone del corpo (2007). Lo hace con un rigor que es íntimo, como el de un ejercicio espiritual. Su traducción es esencial, pero también suave y apasionada. La voz de Roa es vigorosa y amable, como la de Anedda, susurro al oído, grito cuando hace falta.

 

 

 

 

Reseñado por José de María Romero Barea

Escrito por Antonella Anedda

Nacida en Roma (Italia) en 1955, es docente, ensayista, traductora y poeta. Autora de los libros de poemas Residenze invernali (1999; edición española, 2001), Notti di pace occidentale (1999; edición española, 2001), Il catalogo della gioia (2003), Dal balcone del Corpo (2007; edición española, 2014) y Salva con nome (2012), y de libros de ensayo como La lingua disadorna (2001) o La vita dei dettagli (2009). En Nomi distanti (1998) recogió sus traducciones de poetas clásicos y modernos.Premio Montale en el año 2000, con Desde el balcón del cuerpo obtuvo el Premio Napoli al libro del año, el Stephen Dedalus y el Premio Dessi.

Ficha técnicaCaptura de pantalla 2014-11-21 a la(s) 18.15.59

 

160 páginas 14€Traducción: Juan Pablo Roa

Precio: 35 euros

El libro   «Nuestro cuerpo –afirma la poeta Antonella Anedda en este libro– es como un balcón: nos permite asomarnos a lo otro, pertenece a la casa pero no es la casa, está en el espacio pero no es el espacio, se encuentra suspendido. Este libro se interroga sobre la relación del cuerpo con el espacio, con aquello que, sin pertenecernos, interactúa con él».

Lo único que el ser humano no puede gobernar del todo es su cuerpo; por ello la autora se asoma al balcón, y desde allí denuncia lo que la sociedad actual exige: la aparente verdad no expresada, sino recubierta, revestida de algo que no es: «¿Cuánta hipocresía es necesaria para revestir nuestro pecho?». Las respuestas nunca son unidireccionales, y en este libro se abren en esquejes, en voces diversas, que convierten el conjunto en un teatro en el que tonos y personajes se cruzan y se mezclan con las misteriosas casualidades de la existencia, y que demuestra que la contradicción no es más que un acuerdo más complejo.