Considerada como la mejor de las novelas premiadas en Francia en 2012 al ser reconocida con el Prix des Prix de ese año, ‘Peste & Cólera’ es la biografía de Alexandre Yersin, el investigador que descubrió el bacilo de la peste y el inventor de la vacuna para vencerla. Pero la inquieta vida de Yersin, un curioso impenitente, deseoso de conocerlo todo, de entenderlo todo, atraído por todo lo nuevo, no fue la del sabio recluido en su laboratorio. Además de bacteriólogo, fue explorador, cartógrafo, botánico especialista en aclimatación de especies, meteorólogo, ingeniero y arquitecto aficionado, un abanico tan amplio de intereses que solo con un texto total como el de Patrick Deville se le podía hacer justicia.
La intención del autor es, pues, rescatar del olvido a aquel que supo certificar el fin de uno de los más terribles azotes de la humanidad, pero reconociendo que “habría que escribir de la cadena, mejor que de los eslabones”, para así incluir en su relato, además de a la imponente figura de Pasteur, a muchos de los científicos que, como miembros del Instituto que aquel creó, se dispersaron por todo el mundo.
Simultaneando dos tiempos que acabarán convergiendo, el de su salida de Francia en 1940 a los setenta y siete años y el que parte de su origen suizo y su formación en Alemania, Deville nos muestra a un joven aficionado a la entomología como su padre pero admirador del explorador y sabio Livingstone, que despreciará un puesto de investigador y docente en el Instituto Pasteur para emprender una vida de aventuras en el sureste asiático, inclinación que Deville no duda en emparentar con la de Rimbaud al abandonar su futuro como poeta, ni en encontrar paralela a la de otro ‘outsider’ como Céline. Sus expediciones por territorios de las actuales Vietnam y Camboya no le impedirán, sin embargo, acudir a la llamada de sus colegas para enfrentarse a la terrible epidemia que azotó Hong Kong en 1894, ni obtener la vacuna que aplicará con éxito en Cantón. Finalmente preferirá aislarse en su tranquila residencia para, lejos del ruido de la fama y los cañones, mejor afrontar los retos de su espíritu inquieto.
Deville nos sitúa en el momento histórico usando, para verbalizar las acciones de sus personajes, un tiempo presente de gran eficacia, y como para justificar esa capacidad del narrador para trasladar al ahora lo que fue historia, se introduce en la obra bajo la apariencia de lo que él llama un “fantasma del futuro”, cliente de los mismos hoteles y terrazas que el protagonista al que espía mientras toma notas en su cuaderno. Quizás fue ese desplazamiento temporal lo que sintió el autor al seguir las huellas de su personaje en su periplo asiático.
Y es que más que novelar, Deville insufla vida a los documentos que maneja: cartas, testimonios, archivos, otorgando voz a aquellos que rodearon a su héroe. Incluso, establecidos con precisión a partir de las fechas de su correspondencia, nos informa de hechos históricos que aquel desconoce pero son simultáneos a sus vivencias. Así sabremos que mientras Yersin atraviesa el canal de Suez, Stanley está en El Cairo y Conrad y Brazza remontan el Congo, o que su estancia en Berlín coincide con el congreso en el que se perpetró el reparto de África. Y en ese disimulado repaso a la historia contemporánea surgen nombres con resonancias de futuro: Armand Peugeot, Édouard Michelin, Louis Lumière, o Cola-Canela, la bebida estimulante de color negro invención del propio Yersin.
En un momento de la narración Deville estima en diez el número de vidas que cada uno de nosotros debería relatar para que no se pierda el recuerdo de ningún ser humano nacido desde la aparición de la especie. Su aportación a este ejercicio universal de memoria se ciñe a la realidad de los hechos con la escrupulosidad que su protagonista ponía en las descripciones científicas, pero también con el tono festivo y gozoso que toda vida aventurera adquiere al convertirse en literatura.