Cada libro de Enrique Vila-Matas es en realidad un capítulo más de una de las obras más sólidas, coherentes y reconocidas de la literatura europea, pero ‘Kassel no invita a la lógica’ es, sin duda, uno de los más notables. Además, su autor trasciende aquí ese catálogo de afecciones del escritor del que se venía ocupando: el síndrome de Bartleby, el mal de Montano, la inclinación a desaparecer del doctor Pasavento, o la tendencia a la inactividad de los miembros de la sociedad Aire de Dylan, y lo hace para centrar sus divertidas y profundas reflexiones en el polémico mundo del arte contemporáneo.
Todo transcurre en la Documenta de Kassel, la cita quinquenal de las vanguardias, a la que el narrador/Vila-Matas (cada vez más tenue la separación entre ambos), es invitado como reconocido escritor de estilo poco convencional. La propuesta de las comisarias es que el autor pase los últimos días de la muestra escribiendo en un rincón de un restaurante chino, permitiendo que los visitantes interactúen con él, y quedando así convertido en el actor de una auténtica ‘performance’. El escritor acepta interesado en ampliar la materia exclusiva de sus obsesiones, la literatura, otorgando al viaje, además, otras cualidades que vienen a fortalecer su decisión, posibilidades tan peregrinas y ambiciosas como desvelar el misterio del universo o encontrar un hogar en el camino.
A partir de este planteamiento tan propio del autor, el lector entrará de lleno en su terreno, un territorio en el que las elucubraciones más melancólicas y profundas quedan desdramatizadas de inmediato con giros de una ligereza no menos trascendente, y en el que las continuas digresiones van aportando una serie de ‘leitmotivs’ de una sutil ubicuidad. Son elementos metafóricos, complementos explicativos, como la corriente de aire que define una de las instalaciones y que el narrador interpreta como un impulso, relacionado, a su vez, con el recuerdo de un escalofriante soplo en la nuca. O ese método Synge con el que el antropólogo nos animó a interpretar sin trabas cualquier discurso pronunciado en un idioma desconocido, y en el que se apoya Vila-Matas para invitarnos a descifrar el lenguaje de las vanguardias. Se va elaborando así un discurso de una consistencia incontestable aunque aparentemente sustentado en motivos arbitrarios que, al ser incorporados a la narración e interrelacionados entre sí, parecen decisivos para el descifrado de algún código secreto. El resultado es irónicamente unificador y parece imponerle al universo una significación impostada.
Precisamente es el conocido gusto de Vila-Matas por la impostura el que nos lleva a interpretar en clave de parodia algunas de las instalaciones que describe, tan disparatadas y firmadas por nombres tan certeros que nos parecen excesivas: las dos moscas tse-tsé del tailandés Pratchaya Phintong, la pequeña colina del chino Song Dong germinada a partir de desperdicios traídos de su tierra, el ‘Sanatorium’ del mexicano Pedro Reyes, donde diversos terapeutas atienden a los visitantes, o la versión cantada del ‘Tractatus’ de Wittgenstein, a cargo del finlandés Numminem. Pero al comprobar que todo eso es rigurosamente real comprendemos que el juego de Vila-Matas consistía en que no estaba jugando: estaba mostrando la verdad del arte contemporáneo para que el lector se asombrara de su indiferencia por la descalificación, de su lógica desconocida.
El autor logra contagiarnos, así, el entusiasmo del narrador por alguna de las intervenciones más sugerentes que se nos acaban haciendo tan familiares como comprensibles, como el cuarto oscuro de Tino Sehgal, en cuyas tinieblas se mueven y canturrean algunos ‘performers’, o el estercolero de Huyghe , representación de la decadencia de Europa y símbolo del rechazo de la belleza clásica. Y ese renovado interés por las vanguardias, deudor del afán por lo nuevo, nos retrotrae a los alegres tiempos en los que las propuestas innovadoras, el experimento formal, eran valores en sí mismos, y la subversión de modelos anquilosados un objetivo irrenunciable. Un tiempo en que la exigencia de la juventud podía mostrarse, sin embargo, benévola ante las más delirantes ocurrencias del arte de vanguardia. El tiempo de las ilusiones intactas.
Finalmente, no faltan tampoco a la cita los autores de referencia de Vila-Matas: Duchamp, Kafka, Walser o Beckett, cuyas reflexiones parecen siempre disponibles para un oportuno cameo, aunque es el Raymond Roussel de ‘Locus Solus’ el que, con la descripción de sus alucinados artefactos, aporta aquí el modelo literario a una obra que defiende el arte como vía hacia el conocimiento, un arte para ser vivido sobre las ruinas que le rodean.
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