En esta novela corta, Wolfe vuelve de nuevo su particular universo. El hijo que ha estado lejos, retorna, el verano de 1929, a su pueblito natal, Altamont. Este es el nombre que Wolfe da a su particular Macondo, que es, en realidad, la ciudad donde nació, Asheville. La madre y un hermano van a esperarlo al tren y lo acompañan a casa. La llegada le produce a John (alter ego del autor) un cúmulo de sensaciones encontradas. Es y no es su pueblo. Ha cambiado tanto que casi no lo reconoce. El pueblo arde en efervescencia expansionista, en plena burbuja inmobiliaria (el título original no puede ser más expresivo), en pleno caos económico que precede al crack económico en Wall Street. Los personajes y la familia de la que nos cuenta en estas páginas son los mismos que recrea –con algunos cambios de nombre- en El ángel que nos mira (Look Homeward, Angel, 1929), su primera novela. En este caso, diríamos que Especulación es una secuela, en la que vuelve al universo creado en su primera novela. De hecho, vuelve también en Una puerta que nunca encontré. Wolfe era
por naturaleza un vagabundo, deseoso de ver toda clase de lugares, y sus moradas no eran más que sitios necesarios en los que no arraigaba nunca. Era América lo que más hondamente le preocupaba, y yo creo que nos la reveló como ningún otro escritor lo hiciera para la gente de su tiempo y para los escritores y artistas y poetas de mañana. Y su recreación es a la vez descriptiva e interna, vivida.
Wolfe escribe en las primeras páginas de Especulación: “Pero el extraño y solitario grito del enorme tren, que lo había acompañado toda su vida y que, remoto y tenue desde alguna montaña verde del Sur, tantas veces lo alcanzara en las noches de la infancia con sus grandes promesas de fuga y oscuridad, ahora le hablaba con la extrañeza no menos intensa del regreso. Pues estaba volviendo a casa. Y tan repentina, ciega y furiosa como su errancia se presentaba ahora el retorno. Estaba de regreso al hogar y no sabía con certeza por qué.” En sus breves páginas, Especulación recrea, pues, el choque que supone para el hijo que vuelve reencontrarse con su pasado pisoteado, destrozado: el pueblo entero parece haberse vuelto loco, la fiebre de compra y venta de terrenos, la edificación desmesurada, los cambios de forma y de aspecto que han tenido lugar en los años que ha estado fuera, impactan fuertemente a John. Los edificios que recordaba ya no existen, los paisajes boscosos han sido convertidos en masa pétrea ciudadana. Los sonidos del viento ya no se oyen. Todo es ruido y furia: “El lugar parecía un campo de batalla -nos dice- ; tenía cráteres y escombros de terribles explosiones de ladrillo y hormigón por todas partes. Y en los intersticios aparecían confundidos los restos del viejo y sosegado pueblo, tímido, en retirada, sobrecogido, casi como un recordatorio, en medio de todo aquel estrépito cruel y novedoso.” Su hermano y su madre parecen incluso implicados, salpicado por esa locura colectiva. La visita que hacen al cementerio, para ver las tumbas de su padre y su hermano, da pie a una serie de reflexiones y descripciones que delatan el estado de ánimo de Wolfe, que murió ese mismo año, en septiembre. Poco tiempo después de regresar de su último viaje a Europa, Wolfe había viajado al Sur para visitar a su familia, deteniéndose en York Springs, donde la familia de su padre estaba enterrada; visitando después Burnsville, (Carolina del Norte), el hogar de la familia de su madre. Llegó a Asheville el 3 de mayo de 1937, y fue recibido cálidamente. Lo que allí pudo observar y las impresiones que recibió están contenidas en esta novela.
Thomas Wolfe consigue en Especulación, en un muy escaso recorrido, explicitar muy bien cómo la codicia desmedida, ese ansia por tener más y más, llevó la gente a la ruina más absoluta. Errores que se cometieron en 1929, que sufrimos por estos lares desde hace cinco años, y que estoy convencido no tardaremos muchas décadas en volver a sufrir, toda vez que nuestros limitados y corruptos políticos, en su cortedad de miras, no vislumbran otra forma de crecimiento, más allá de las bondades del cemento, las recalificaciones y el advenimiento de otra burbuja inmobiliaria.
Leer este libro, es como leer hoy cualquier periódico.
La estupidez y la codicia forman parte de nuestro ADN desde hace siglos.
Echarle un ojo.