Con esta obrita se nos ofrece un producto especial. Es un relato o, más bien, un cuento, por su intención aleccionadora o moral, en el que el escritor y teórico político británico HG Wells desarrolla una especie de utopía. La edición es bilingüe, lo cual se agradece, y va asimismo ilustrada con unos dibujos muy acertados y estéticamente relevantes, en escala de grises.
Wells imagina un espacio inaccesible, en plena cordillera andina, donde un pequeño grupo atrapado por las nieves y encerrado en un valle vive durante generaciones sin contacto alguno con el exterior , hasta el punto de olvidar su existencia e imaginar toda una mitología que explique su vida en tan idílico espacio. Porque aquello es un paraíso, un pequeño paraíso en el que los en principio forzados habitantes acaban por acomodarse y por ser felices, adaptandose a ese tipo de vida.
Pero hay una peculiaridad: entre ellos empieza a desarrollarse la ceguera y a transmitirse de modo congénito hasta el punto de que todos los habitantes, pasadas unas generaciones, son ciegos. Completamente ciegos, desarrollando, eso si, al máximo, sus otros sentidos. Ciegos hasta el punto de adaptar su cultura y su cosmovisión a su naturaleza, olvidando incluso las palabras relativas a aquellos órganos cuya función había desaparecido. Un mundo táctil, de perfumes y olores, de sonidos y músicas, de sabores y gustos.
¿Qué ocurre aquí? Pues el problema se produce cuando, en una expedición montañera de Bogotá,, un expedicionario queda perdido y aislado por completo, y viene a dar por casualidad con este pueblo ancestral.
Tras una primera sorpresa e incredulidad, el protagonista, Núñez, imagina que va a hacerse el amo de la situación. Es el único que puede usar sus ojos y aunque se da cuenta que ha encontrado un pueblo excepcional, primitivo pero con una sociedad bien organizada y muy activa, piensa que les lleva ventaja por se el único que puede ver.
Craso error. En una sociedad de ciegos, el tuerto no es el rey, al contrario de lo que pudiera pensarse. El forastero es recibido como un advenedizo, como alguien distinto que por un lado suscita compasión (por no ser como ellos, ciego) y por otro, incomprensión y peligro, por ser distinto y por no ser capaces ninguno de entender qué es eso de la vista. Por más explicaciones que da Núñez, nadie le entiende y le toman como un loco o un pobre infeliz que esta enfermo. Pero siempre como un peligro para la comunidad.
Le hacen ver todas sus torpezas, porque si bien es capaz de usar la vista, es un tanto torpe con los demás sentidos, mientras que ellos se manejan perfectamente. De la incomprensión pasaron a la burla y de la burla a la violencia. Núñez no era bienvenido. Núñez lo intenta todo, desde defenderse a agredir, desde esconderse hasta huir, pero resulta un fracaso total. Llega a abandonar toda esperanza, y tratar de acomodarse a vivir con aquellas gentes, incluso llega a enamorarse de una joven.
Sin embargo, nada da los resultados apetecidos por todos y Núñez se siente sólo en medio de la multitud, se siente discriminado, ofendido y humillado. Los ciegos se creen superiores a él y no soportan la diferencia que supone tener ojos, lo consideran poco menos que una desgracia. La propuesta que le harán será terrible. Una propuesta demasiado igualitaria. Y Núñez no puede soportarlo.
En suma, un cuento moral, lleno de simbología y de connotaciones sociopolíticas, que, como sabemos, eran una de las facetas de Wells, además de la escritura. Bella edición, pues, correcta traducción y espléndidas ilustraciones.
«Lamento haber descubierto a Wells a principios de nuestro siglo: me gustaría poder descubrirlo ahora para sentir aquella deslumbrante y, a veces, terrible felicidad.»Jorge Luis Borges