El relato alegórico, la parábola, tiene como objetivo sacar al lector de unas coordenadas familiares y a veces cegadoras para, mediante su coherencia interna, arrojar luz sobre aspectos esenciales que pueden verse distorsionados por la lente deformante de lo cotidiano. El hecho mismo de adentrarse en un territorio extraño, atemporal o mítico, predispone al lector a esperar el satisfactorio reconocimiento de la realidad que se pretende iluminar. La ausencia de ese reconocimiento, sin embargo, produce desorientación y desconcierto.
Ese es el caso de la última novela del Nobel Coetzee, sin que por ello echemos en falta la calidad de su prosa o el interés de una narración que se devora sin descanso. Y tampoco nos sorprende ese gusto por la alegoría después del homenaje que su novela ‘Esperando a los bárbaros’, rendía a uno de los indiscutibles maestros del género: Dino Buzzati.
‘La infancia de Jesús’ comienza con la llegada a la ciudad de Novilla de Simón y David, un niño de cinco años. Lo hacen después de una travesía en barco y de una estancia previa en un campamento donde han recibido sus nuevos nombres y se han familiarizado con el idioma oficial: el español. Después de ser recibidos en el Centro de Reubicación, encontrar alojamiento y un trabajo como estibador en el puerto para Simón, se dedicarán, de manera obsesiva, a buscar a la madre de David. Una tarea complicada teniendo en cuenta que en la ciudad los recuerdos se van desvaneciendo, el olvido se impone como una necesidad, se empieza desde cero. En palabras de una funcionaria: “La mayor parte de la gente, cuando llega aquí, ha perdido interés por sus antiguos afectos”.
En Novilla los servicios esenciales son gratuitos o de muy bajo coste: lo indispensable es accesible a todos. La gente es amable pero con cierto grado de indiferencia, sin aspiraciones, y su actitud ascética les lleva no solo a reprimir los apetitos sexuales sino incluso el hambre, así como a rechazar el uso de avances técnicos que mitiguen sus fatigosas tareas. Creen en la reencarnación y algunos asisten a cursos donde se imparte una filosofía de corte platónico.
A este estado de cosas se contrapone la insumisión de Simón y la rebeldía de David cuya integración en el colegio se ve dificultada por su empeño en crear reglas propias, ya sea para la aritmética o para la lectura de su inseparable libro: un Quijote para niños. El conflicto está, pues, servido, y solo la lealtad y el amor de Simón hacia su
protegido le harán perseverar en su impulso inconformista. Por otra parte, Coetzee incluye algunos datos significativos que vienen a justificar el título de su novela: la presencia del malvado Daga como tentador satánico, la posible inexistencia de una madre biológica o la voz interior que lleva a David a afirmar: “Yo soy la verdad”.
Así pues, el autor de ‘Desgracia’ nos muestra una sociedad cerrada, muerta, sin objetivos. Un limbo al que solo cabe cuestionar, como hace David, ese elemento extraño, inadaptado, símbolo de una renovación posible y generadora de esperanzas, el salvador que, como anhela Simón, ofrezca una nueva y más satisfactoria vida.