Pelayo Cardelús firma esta novela valiente, bien escrita y con algunos destellos de originalidad. Valiente por atreverse con un tema tan recurrente en la literatura; las obsesiones sexuales han movido, desde múltiples variantes, grandes y pequeñas historias literarias. Cardelús, pone en solfa las tribulaciones que el sexo le provocan a Íñigo, treintañero contemporáneo que pasa unos días de vacaciones con su bella mujer antes de ser padres por primera vez. Ese es el eje de la novela, aderezado con cierto toque filosófico propiciado por el pensamiento pesimista en cuanto a la satisfacción de los instintos de Schopenhauer, autor elegido para las lecturas veraniegas de Íñigo, un dato definitorio del protagonista.
La novela está escrita con un lenguaje claro, estructurado en frases cortas y al servicio de la narración. El autor utiliza la voz de un narrador omnisciente que parece retransmitirnos en directo las vicisitudes de estas vacaciones veraniegas. Cuando es preciso nos aclara cosas, nos remite al pasado, incluso nos resume el germen de la novela que Íñigo tenía proyectado escribir o su teoría sobre el deseo sexual en los tiempos actuales.
Los destellos de originalidad aparecen con el tratamiento sincero y descarnado de las obsesiones de Íñigo, pero sobre todo por un final sorpresivo que cambia de manera radical el modo de ver algunos hechos y reflexiones narradas en el libro y que propicia un giro en copernicano en las ideas del personaje central.
Pese a ser una novela muy pegada a la actualidad, plagada de alusiones a hechos y productos contemporáneos, tiene ciertos asideros a la trascendencia, fundamentalmente por su vocación analítica sobre uno de los grandes conflictos universales.
Reconozco que hay cosas que a mí no me acaban de encajar en la historia. El comportamiento reiterativo de Íñigo, pese a estar motivado por su obsesión, a veces no parece coherente con esta misma. Su lascivia se transforma en pensamientos y juegos sexuales casi infantiles, y la actitud con su mujer en ese terreno parece poco creíble, en contraste con por ejemplo, con la naturalidad y el realismo con el que cuenta los pequeños desencuentros de la pareja a través de ásperos detalles de la convivencia que insinúan simas más profundas.
Pero al final he de decir que la novela deja huella y provoca lo que creo que perseguía, cierta reflexión, cierto removimiento. Me ha recordado la sensación que dejan algunas novelas de Andrés Barba, otro de los escritores jóvenes más interesantes del panorama literario español. Ambos comparten la audacia de explorar terrenos conocidos con ojos distintos e intenciones sinceras y solo por eso, merece la pena leerlos.
El comportamiento irracional de Íñigo lo domina todo y brota desde el centro mismo de sus debilidades o de sus anomalías psicológicas. El autor, que mantiene la tensión y sabe bien lo que quiere y adonde va (habla del deseo, de la posesión, de la insatisfacción, de la artificiosidad de las actitudes), incorpora otros elementos: una pequeña novela de Beltrán y Rosa, que emprenden un viaje por las islas griegas, que se parece bastante a la que ellos están viviendo aunque aquí entra de lleno en el terreno de las fantasías y el intercambio de parejas; Cardelús incorpora una entrevista de Mercedes Milá a Joaquín Sabina, en la que dice que los casados se hartan de fornicar, a diferencia de los solteros, que son puros cazadores en busca de la ocasión propicia, e incluye un informe de ‘Vida en pareja’, que concluye que los matrimonios se rompen durante las vacaciones.
Si un libro de 746 páginas no se te hace pesado ni demasiado largo es porque el contenido te atrapa. Y así me ha sucedido en esta novela donde conoceremos la vida de Helen y Gwyneira, cuando desde Londres emprenden la aventura de emigrar a Nueva Zelanda, desde 1852 hasta 1877, tiempo que da para muchas historias y personajes.
Si algo me encanta en las novelas son los matrimonios por obligación o conveniencia y en esta historia algo de eso hay.