Cuando se cumplen diez años de su publicación, Impedimenta nos presenta una cuidada edición de las ‘Andanzas del impresor Zollinger’, original novela de aprendizaje cuyos capítulos se asemejan a las fases de un rito iniciático tanto como a los sucesivos episodios de un cuento moral. Un homenaje a la literatura centroeuropea, especialmente la del siglo pasado, de cuyo lado menos amable se eleva mediante el brillante estilo, entre ingenuo e irónico, característico de Pablo d’Ors.
El joven August Zollinger siempre había deseado ser impresor, pero la decisión de instalarse como tal en su pequeño pueblo no es bien vista por los dueños de la imprenta que lleva más de tres generaciones funcionando en Romanshorn, motivo por el que nuestro protagonista se ve obligado a marcharse, comenzando así un periplo azaroso que le llevará por el paisaje literario y espiritual que, por su formación germánica y religiosa, más ha recorrido y mejor conoce d’Ors.
Comenzará Zollinger como empleado ferroviario, con la única obligación de realizar diariamente un cambio de agujas a una hora determinada. Para el mejor desempeño de su función cuenta con la ayuda de una llamada telefónica que, antes del paso del tren, le interroga, con una escueta pregunta, sobre su disponibilidad, que él, de manera obligatoria, debe confirmar con una mínima respuesta. Si embargo, el protagonista y su contrapartida femenina de la que se ha enamorado, están decididos a subvertir, si bien con una exasperante y prudente lentitud, la norma establecida.
En su siguiente ocupación, la norma, simple y obsesiva, se deriva de las ordenanzas militares: marchar sin motivo ni rumbo aparentes, en un eterno deambular por el país y la vida. En el ejército, Zollinger conocerá la amistad y la admiración de los miembros de un batallón famoso por su virtuosismo para el canto, pero será también consciente de su profunda tristeza y resolverá retirarse a las profundidades de un frondoso bosque. Allí, su vida de ermitaño se verá sacudida por el descubrimiento de la sonoridad de unos árboles que permiten oír las voces de la naturaleza, pero también las humanas de su propio interior.
Con este interludio místico e iluminador se produce la superación del sentimiento de pérdida del protagonista, surgiendo en él, a partir de aquí, el amor por los objetos y el entusiasmo por las tareas más monótonas, de las que siempre sabe extraer enseñanzas y a las que acaba convirtiendo en caminos hacia la excelencia. Así ocurre con el sellado de documentos en una dependencia municipal, o con el humilde trabajo de zapatero, en los que descubre la importancia de los pequeños detalles y la felicidad personal que la atención a su cuidado puede suponer.
Zollinger resulta así, a la postre, el paradigma del personaje inocente, de una candidez emprendedora y agradecido por lo que la vida le otorga, pero decidido a cumplir con el destino que él mismo ha elegido.
Pablo d’Ors, por su parte, no oculta las fuentes literarias que aquí recrea y a las que rinde tributo, lanzando guiños al lector sobre autores y obras en la inicial presentación de personajes y en la guía que incluye al final del libro. Porque aquí están desde los románticos alemanes o los hermanos Grimm hasta los trenes de Hrabal o el soldado de Hašek, pasando por las obsesiones de Walser y Kafka. Pero sobre todo está presente Joseph Roth, que cuenta en su obra tanto con un jefe de estación como con un soldado austríaco y un santo bebedor, todos ellos convocados, de una u otra forma, en esta mágica novela.