Conocido por su trilogía de culto sobre zombis, ‘Los Caminantes’, Carlos Sisí vuelve a la literatura de género combinando ahora la space opera con el terror más clásico en una novela dirigida fundamentalmente a un público joven, unos lectores que sabrán valorar la acumulación de peripecias o la acción trepidante, tanto como transigir con la interminable sucesión de escaramuzas y sobresaltos a los que les someterá el autor madrileño.
Porque lo fundamental aquí es la brillante confluencia de elementos y estereotipos clásicos extraídos de la larga tradición, literaria y cinematográfica, de los géneros convocados, a los que, de alguna manera, se rinde homenaje. Así, en la propuesta general y en algunos personajes, reconocemos la presencia de Asimov al encontrar a una raza humana que, después de abandonar la Tierra, se ha desplegado por la galaxia, dedicándose a la explotación de sus recursos a través de diversas corporaciones. Las inevitables diferencias comerciales entre ellas se dirimen, con demasiada frecuencia, mediante el enfrentamiento bélico de tropas mercenarias, ejércitos profesionales que abandonan, tras las refriegas, un suculento material aprovechado por los arriesgados chatarreros. Los científicos de La Colonia, descendientes de los antiguos habitantes de la nave Conocimiento, son los garantes del delicado equilibrio galáctico al tener la exclusiva de los últimos avances tecnológicos, controlando, además, mediante un cuerpo secreto de inspectores, los episodios de corrupción y las actividades ilegales.
Si a este ambicioso planteamiento le añadimos cierta latente presencia de seres superiores, no es difícil pensar en la obra de Arthur C. Clarke, de igual forma que el personaje de la controladora comisionada por La Colonia para investigar un pequeño planeta marginal, nos recuerda a la Teniente Ripley, la esforzada protagonista del film Alien. Y todo esto sin olvidar las inevitables referencias a la saga Star Wars a través de apocalípticos combates entre inmensas naves espaciales, o del personaje de Jebediah Dain, un sanguinario Darth Vader con implantes biomecánicos, Gran Bardok de los terribles mercenarios sarlab.
Aunque especialmente gratificantes son los detalles que remiten a la obra de H.P. Lovecraft, ya sea el inquietante descenso hacia las profundidades, el descubrimiento de construcciones arcanas de una antigüedad y procedencia desconocidas, o la amenaza de cierta indescriptible entidad cuyo nombre, Nioolhotoh, evoca el de uno de los dioses primigenios del panteón lovecraftiano: Niarlathotep, el Caos Reptante.
Una novela, pues, cuyas limitaciones y excesos no impedirán su disfrute a un público dispuesto a soslayar unas y aplaudir los otros, y que incluso disculpará una cubierta de estética dudosa que, a fuerza de explícita, acaba resultando engañosa. Cuestiones de mercado, supongo.
Por esta razón, Carlos Sisí opta por una historia coral, donde el protagonismo de las escenas se encuentra dosificado entre los diferentes personajes que intervienen en esta space opera. De ahí las escasas referencias a sus biografías, salvo pequeños detalles que, en realidad, tienen por objeto describirnos las nuevas circunstancias en las que el ser humano habita, desaparecido su planeta natal, en lugar de dárnoslas a conocer.
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