El protagonista de esta narración, que juega todo el tiempo con la doble identidad y las complicaciones que crea la confusión de las dos personas, es un pintor británico, Prian Farll, famosísimo artista casi podríamos decir que agorafóbico, al que no le atrae nada la fama, aunque viva muy a gusto con las altas rentas que ésta le proporciona. De hecho, no solo no le gusta la fama: lo único que le atrae de la vida es la pintura, es su arte. Lo demás, el mundo exterior, le produce verdaderos sarpullidos, y trata de mantenerse lo más distante posible. Obviamente, depende de alguien que le sirva de hilo conductor, de contacto con la realidad cotidiana a la que detesta pero inevitablemente necesita. Ese contacto es su criado y factótum Henry Leek, un bribón que sabe sacar partido de tal dependencia. El problema se produce cuando el criado falta, y el mundo exterior cae sobre nuestro protagonista como una losa.
Pero lo que en El Sirviente, (film de J. Losey que nos viene a la mente al comienzo de la novela) es presentado de modo dramático, en Enterrado en vida se nos presenta desde el principio con un humor desbordante, un humor divertido con un punto fuerte de acidez, un relato con varias lecturas, que ridiculiza el mundillo artístico a la vez que plantea preguntas nada ridículas sobre el arte y la vida, sobre el amor, la lealtad, la traición y el valor de las cosas. Siguiendo con el patrón cinematográfico, Enterrado en vida más estaría en la línea de Bienvenido Mr. Chance, de Hal Ashby, en la que un jardinero, (Peter Sellers) que solo sabe de plantas y vive en un mundo aislado irreal, es transportado a otro, el mundo real, del que no tiene noticia y al que mira con ingenuidad infantil.
Poco conocido y poco publicado en España, Arnold Bennett ha sido para mí todo un descubrimiento. Tanto la presentación de Jesús J. Pelayo como el postfacio de Jose C. Vales desvelan al lector gran parte de la vida y obra literaria de este prolífico autor que vivía de su escritura, y que era partidario de una literatura que describiera el mundo real, cotidiano, común, frente a los excelsos modernistas, partidarios de ahondar en el mundo interior. Famosa fue la polémica que mantuvo el autor con su contemporánea Virginia Woolf (excelente escritora, por otra parte, aunque haya que reconocer que desplegaba una gran dosis de elitismo y de esnobismo). Bennett afirmó en uno de sus artículos, que la señora Woolf «tenía un gran éxito en un mundo pequeño», lo que le acarreó al pobre Bennett diez años de encendido intercambio de críticas. Mientras Bennett defendía el common sense, el mundo material, la Woolf insistía en que la realidad está dentro del espíritu humano, en la mente humana: de ahí su teoría del flujo de consciencia, de la que participaba con otros como Joyce, Proust, Tolstoi…y que ciertamente tiene su interés, pero a veces puede llevar al solipsismo.
En su momento, como bien se nos va explicando en el postfacio, Bennett vendía miles de ejemplares y vivía bien de ello, mientras los exquisitos bloomsburyanos, que no necesitaban de la escritura para vivir, apenas vendían sus obras. El público tardó mucho en reconocerlos y, si bien siguen formando parte de una élite literaria, han subido bastantes enteros en la apreciación general, que les considera mucho mejor escritores que a Bennett, que en sus días era reconocidísimo por el gran público y a la sazón, hoy parece un escritor menor. A pesar de todo, el tiempo todo lo equilibra, y se vuelve a reconocer que Bennett tiene obras magníficas, si bien la prolijidad de su producción hace que encontremos un poco de todo y la valoración global resulte irregular.
Justamente esta discrepancia entre el objeto del arte y la mirada del artista, esta tensión fluye como subtexto de la presente novela, entre otras ideas. El excelso pintor Prian Farll lleva rumiando un cambio de vida. Se da cuenta de que su contacto con la realidad es inexistente, y de pronto, una conjunción de hechos le hace ver lo que se estaba perdiendo. Baja de su pedestal, sale de su jaula dorada (más bien se ve forzado a salir) y se mezcla con la gente corriente, pero lo hace por medio de una suplantación: se convierte en su propio criado, ya desaparecido.
Todo ello conduce a una serie de despropósitos y confusiones delirantes, aunque también le lleva a conocer a la mujer de su vida, la viuda Alice Challice, una mujer del pueblo, que será su Sancho, su contrapunto, cumpliendo el papel del criado ausente: será su contacto con la realidad. Ella se ocupará de todo. Y desde este momento, resuelto el problema del mundo exterior, es cuando el artista que vive en su interior vuelve a reclamar su puesto y entonces verdaderamente todo se complica, hasta llegar al juicio final, en el que curiosamente la única manera de resolver el caso es atenerse a la estricta observancia de la naturaleza: dos lunares. Dos lunares físicos, muy sutilmente situados y habitualmente ocultos, son los que darán la puntilla a una larga serie de desternillantes y satíricas situaciones, que traslucen una finísima ironía sobre la sociedad británica y sobre las nociones del arte.
Repito, para finalizar, el texto que Bennett pone en boca de Farll, y que a su vez que cita Jesús Pelayo en la introducción: «En arte, nada vale ni cuenta salvo la obra misma». Leamos, pues, con placer esta novela y valoremos al autor por esta obra que nos divertirá, nos hará pasar un rato muy simpático y nos dará qué pensar.
Enterrado en vida de Arnold Bennett, es algo genial. Me encanta vuestra web.
Enterrado en vida de Arnold Bennett, me ha parecido muy ameno, me hubiera gustado que fuese más largo pero ya saeis si lo bueno es breve es dos veces bueno. Enhorabuena por vuestra web. Besotes.
Confieso que no he leído nada de Bennett, quizá sea debido a mi interés por el Grupo de Bloomsbury, sobre todo por Virginia Wollf y por la renovación de la novela llevada a cabo en Inglaterra desde finales del XIX y la primera mitad del XX. Dudo mucho, repito, no lo he leído, que Bennett se muestre tan innovador.