El mito ha representado (y representa, me temo, aún en la memoria cultural de los pueblos desde la Antigüedad) tanto un modelo físico donde advertíamos la representación de la fuerza o la valentía, la virilidad y la feminidad, como un modelo espiritualizado a través de la voluntad, del coraje, de la fe de que parecía dar crédito la figura física, más o menos idealizada.
“La narración mítica –ha escrito el profesor Garcia Gual- nos habla de un tiempo prestigioso y lejano, el tiempo de los comienzos, el de los dioses, un tiempo que es el de los orígenes de las cosas, un tiempo que es distinto del de la vida real, aunque por medio de la rememoración y evocación ritual puede acaso renacer en éste”. Hoy, en efecto, también se habla de mitos actuales, modelos a imitar o seguir, si bien su figura y sus ‘funciones sociales o didácticas’ sean otras bien distintas a los mitos clásicos.
El libro que nos presenta el profesor Rubio es pródigo en estas figuras míticas, exhaustivo en la información y está redactado con un lenguaje llano y directo, lo que hace llegar su discurso con sencillez y comprensión al lector. En estas páginas, adornadas de sutiles y agraciadas imágenes, se nos habla (siempre referidos al Japón, ese país que, por su condición oriental, su cultura compleja y estilista y su lejanía respecto de occidente hace –o parece hacer- por sí mismo las veces de un mito) nos habla, digo, de “cincuenta historias que se desarrollan en su inmensa mayoría, dentro de los confines nebulosos de la prehistoria del país nipón” habiendo sido casi todas ellas tomadas del Kojiki (año 711) y del Nihon Shoki (año 720), a la sazón “las dos principales fuentes de mitos del Japón”.
A modo de considerandos didácticos aquí, en distintos apartados, se acogen ‘Mitos de sacrificios, sueños y oráculos’, ‘Mitos budistas”, de amores y concepciones maravillosas o de hechos marciales, si bien, tal vez, el más representativo, o uno de ellos, sea los ‘Mitos de doncellas celestiales y de pescadores’, cual es el caso del joven Urushima, el pescador que un día atrapó una tortuga, la cual, vuelta a su verdadera identidad, resultó ser “una bella joven llamada Oto Hune” la hija del rey del palacio a donde antes había transportado al sorprendido joven. Además, “como recompensa accedió a convertirse en su esposa”
El milagro que ofrece el cofrecillo que no debió ser abierto se lo dejo al lector como sorpresa y gozo. El mar, el amor, la curiosidad y el transcurso del tiempo son ingredientes de esta historia, tan arraigada en la cultura del país nipón que hoy, “en memoria de Urushima”, se eleva una capilla en las costas de la provincia de Tango.