Es esta una novela corta, plena de humor y de guiños al lector. El autor ha usado de su propia experiencia y de la ajena, para mostrarnos un universo imaginario lleno de múltiples mundos, esos objetos perdidos que pueblan la oficina municipal tras cuyo mostrador se encuentra el protagonista, que también se llama Miguel, casualmente.
El protagonista de la novela, tras una experiencia desastrosa como periodista, saca una oposición –el sueño de todo español que se precie- y se ve situado de por vida tras el mostrador de la Oficina Municipal de Objetos Perdidos. Allí se aburre soberanamente, pero abre la puerta a una imaginación desbordante, que le lleva por una parte, a rememorar su infancia y juventud, amigos y conocidos, y por otra, a volar imaginando lo que le gustaría ser si no hubiera dado en el sórdido lugar al que se ve confinado.
Con él, volamos nosotros, pasando de una vida imaginaria a otra, de ser un mafioso a ser un explorador, de ser un exiliado a ser un emigrante, un espía, un creador de crucigramas, un revolucionario entre el salón y la barricada, en fin, cualquier cosa menos lo que finalmente ha llegado a ser. Y su mirada vaga entre los objetos almacenados a la espera de ser reclamados por sus dueños, imaginando qué habría podido hacer él con esos objetos: viajero con un gps, músico con un clarinete, etc. De vez en cuando aparece por la oficina alguno de sus compañeros de funcionariado, seres indefinidos y anónimos que entran y salen, suben y bajan la escalera distrayendo momentáneamente la atención de Miguel, que inmediatamente vuelve a soñar.
Porque su vida es eso: un continuo sueño, a veces una pesadilla, siempre saltando de una cosa a la otra, mezclando recuerdos con imaginaciones o evocando el pasado y el imposible futuro. Con un estilo divertido, irónico, desternillante en algunos momentos, pleno de humor, el autor, convertido en un filósofo pedestre, reflexiona sobre las situaciones más cotidianas de la vida, como jugar al futbolín o dedicarse a la repostería.
La primera y la segunda parte desarrollan los años juveniles de Miguel y los años encerrado en la covachuela con los Objetos Perdidos; en la tercera parte se produce un cambio radical: de la quietud del cubículo infecto pasa a cambiar de puesto (otro cubículo) pero coincide que gana un premio de relatos y se encuentra con una mountain-bike entre las manos…o mejor, entre las piernas. El caso es que toda esa parte es mucho más descriptiva, paisajista y en algunos momentos roza la metafísica o la poesía. También, curiosamente es la que se hace algo más lenta, pues discurre al paso de una bicicleta que no es precisamente de carreras. Nuestro héroe se dedica a recorrer ―vestido con el uniforme de ciclista hasta el último detalle, mallas y chichonera ― el extrarradio madrileño con su bici, cual caballero andante a lomos de su rocín, visitando viejos amigos de la infancia y contemplando las nubes y el horizonte. Finaliza la novela con otro giro radical que arregla su vida y las vidas de otros de modo satisfactorio y feliz.
Incluye un Anexo donde coloca el supuesto relato que hace a Miguel ganar la bicicleta que conllevará el cambio de vida y de horizontes. El relato es un disparatado y enloquecido esperpento, una mezcla de locuras, la realidad mirada con una buena dosis de humor negro y unas gotas de sarcasmo. Todo ello, batido y mezclado, resulta el relato ganador, colofón de una historia de historias, una colección de objetos perdidos.