Hans Fallada (Alemania, 1893-1947) ya era un escritor consagrado cuando Hitler asumió el poder, y es precisamente el día del incendio del Reichstag cuando esta obra comienza, con el escritor y su editor cenando opíparamente mientras se acusa a los comunistas y los judíos del fuego.
El autor cuenta con candidez su menosprecio por la capacidad de organizarse de los nazis, por su violencia más allá de la ley, incluso por su influencia más allá de las ciudades grandes. Llega a dudar que las gentes de bien se unan al burlesco tren fascista. Sin embargo, cuando uno tras otro todos estos siniestros presagios se hacen realidad y el mismo pasa temporadas en la cárcel por denuncias de sus caseros, empieza a comprender la gravedad del asunto.
Pese a todo, optimista recalcitrante baja el nivel de seguridad vez tras vez pensando que no llegarán a esto ó a lo otro, que no serán capaces de tal o cual acción. Gran error que sufrirá en sus propias carnes año tras año y cuya confesión escrita con el tenor de la buena literatura tenemos entre nuestras manos.
Sorprende que esta edición sea la escrita realmente en prisión dado que el propio Fallada, haciendo de Gran Hermano de sí mismo, corrigió algunos apartados de este diario tras la ‘liberación’ soviética. Lo voluble del alma humana sometida a tantas presiones está presente en estas correcciones. Las notas a la edición documentan ampliamente el origen del texto traducido y certifican los cambios que el autor impuso a la ‘nueva’ edición en su época.
Agrupando ideas podemos decir que estamos ante una confesión de ingenuidad unida a un alegato antifascista escrito por un ser que podría haber vivido muy bien con Hitler, muy mal en su contra, pero que eligió un término prudente que acabo consumiéndolo personalmente.
Pepe Rodríguez