Mac y su contratiempo de Enrique Vila-Matas

Fiel a su estilo y a sus obsesiones, el último libro de Vila-Matas vuelve a ser esa heterogénea mezcla de ficción, ensayo y autobiografía que le permite trascender la mera etiqueta de novela, un género que, sin embargo, él ha reclamado para sus textos afirmando: “si no sabemos qué es la vida, ¿por qué habríamos de tener tan claro qué es una novela?”.

Con esta, Vila-Matas sigue engrosando el catálogo de afecciones que todo escritor podría ser susceptible de contraer, y a cuyo divertido estudio viene dedicando algunos de sus títulos fundamentales. Encontramos en ellos el síndrome de Bartleby, presente en aquellos que deciden abandonar la literatura y refugiarse en el silencio; el mal de Montano, que describe la opuesta sobreexplotación de lo literario; la obsesiva inclinación a desaparecer del doctor Pasavento, relacionada con la pulsión de Wakefield; o el síndrome de Oblomov, esa tendencia a la inactividad en la que, ante la certeza del fracaso, se sumergen los miembros de la sociedad Aire de Dylan.

Afectado en mayor o menor medida por estos males, Vila-Matas aborda en ‘Mac y su contratiempo’ una dolencia especialmente delicada y a la que tampoco él escapa, la que produce el “oscuro parásito de la repetición”, relacionada con la búsqueda, por parte del escritor, de la ansiada voz propia. Pero también conectada, cuando de la obra de otro se trata, con la reescritura de un texto ajeno y, a una escala menor, con la reinterpretación de citas de otros autores en un contexto diferente al original en el que adquieren un sentido nuevo. Ese es precisamente uno de los rasgos estilísticos de Vila-Matas derivado de su concepto de intertextualidad: le gusta proporcionar a sus narradores reflexiones de autores significativos para que puedan apoyar sus argumentos en materiales ya testados y de solidez contrastada. Se les permite así sacar a la luz conexiones antes invisibles o, incluso, sentirse directamente aludidos por esas aportaciones externas, resultado cercano a uno de los objetivos básicos del escritor: hacer que el lector se reconozca en el texto. Eso es lo que le ocurre, de forma paródica, a Mac cuando interpreta como dirigidos a él los horóscopos que escribe una vieja amiga en el periódico.

Mac nos va contando en su diario, que imagina falsamente incompleto (de nuevo aquí la impostura y la desaparición del autor como temas ineludibles), su intención de probarse como escritor reelaborando una novela primeriza y casi olvidada de su vecino, autor consagrado. ‘Walter y su contratiempo’ era su título, y se componía de una decena de relatos escritos siguiendo el estilo de otros tantos autores de renombre, para acabar configurando las memorias, no siempre explícitas, de un ventrílocuo.

De sus problemas nos enteramos desde el primer relato, en el que consigue recuperar sus diversas e indispensables voces, mientras vamos sabiendo, conforme avanza la lectura de Mac, de la intriga criminal en que se ve inmerso. Pero a pesar de las peripecias de Walter, o de que Mac empiece a sospechar de su mujer y a intuir que “fuera de la ventriloquía hay vida”, el lector avisado sabe que de lo que está hablando Vila-Matas es de la escritura, porque sus ficciones tienen como centro y materia prima a la literatura y a la creación literaria.

Por eso sus textos están llenos de referencias que sugieren futuras lecturas (cuidado con las falsificaciones), y los editores, conscientes del aval que suponen sus recomendaciones, las trasladan de urgencia a la publicidad de fajas y contraportadas de las obras que pretenden publicitar como literarias: él se ha convertido en la mejor referencia.

Por Rafael Martín