De la ceniza volverás, de Ray Bradbury

Siempre que reseño una obra de Bradbury señalo como me gusta deleitarme con el dominio de su exquisita gramática. Es un placer leerlo aunque de la lista de la compra se tratase.

Una vez más, gracias a la colección “Biblioteca de autores”, desde la cual minotauro está reeditando la obra de este y otros grandes del género, podemos disfrutar de uno de los cuentos góticos más bonitos que se han escrito.

No sé si definir “De la ceniza volverás” como un cuento o como un compendio de ellos, porque cada uno de los veintitrés capítulos que forman esta novela podrían tratarse como un cuento en sí mismo, siendo su hilo conductor la historia de esta familia tan atípica. Y es que aquí Bradbury nos narra la historia de la familia Elliot, habitantes durante siglos de una casa llena de misterio. Timothy es un niño humano que tan peculiar familia ha adoptado, y será el encargado de plasmar la historia de los miembros que lo han acogido como a uno de los suyos. Él es el único al que el paso del tiempo pesa, pero el sentimiento de fatalidad trasciende su pesar, y es que el mundo va dejando de creer en fantasmas, y la casa se va transformando en un refugio para muchos de ellos, y Timothy no será el único en temer que un día todo tendrá un final.

Como el propio autor se encarga de transmitirnos en el epílogo, esta novela empezó a fraguarse en 1945 acabando su labor en 2000. Alguno de sus capítulos —y esto avala lo que digo más arriba sobre ellos— intentó venderlos a alguna revista. Recibió el encargo de escribir historias de fantasmas para que esas revistas las publicaran en Halloween, pero cuando las entregaba no cumplían las expectativas, al menos de su fin, que era asustar al lector. Él mismo reconocía que no era capaz de crear esas historias al estilo Poe, o repletas de fantasmas tradicionales. Bradbury se inspiraba más en sus parientes reales, donde reconoce que algunos de sus personajes comparten el nombre con sus propios tíos, tías, primos y primas en los que se inspiraba.

Si ya Ray Bradbury poseía un estilo cercano a la prosa poética en toda su obra, aquí se empapa de ella. Y es que este libro es prosa poética pura, dando más relevancia a los sentimientos y sensaciones, trasladando la narración a un segundo plano sin necesidad de acudir a la métrica o al verso. Una obra plagada de bonitas metáforas en forma de cuentos fantásticos señalando que, vivos o muertos, todos tememos a la soledad, y no tanto a la muerte como al ser olvidados tras ella. Seres destinados a desaparecer si la gente, cada vez menos crédula, deja de creer en ellos. Pesar que tenían en común los dioses americanos de Neil Gaiman, o los menores de Terry Pratchett. Lo que nos da a entender que ese temor reside en nuestra psique colectiva de monos evolucionados.

También hay espacio para la esperanza como demuestra en más de un episodio (cuento) que son alegorías al amor. Concretamente en mi preferido “En el Expreso de Oriente” y “El tío Einar” son dos ejemplos de que incluso en los peores momentos siempre habrá alguien que estará dispuesto a acompañarnos en este valle de lágrimas llamado vida, aunque en este caso sea eterna.

Una delicia de libro que después de leído, querremos recuperar para releer alguno de los capítulos que lo componen. Especialmente cada vez que nos sintamos desplazados del mundo, donde a veces es difícil encontrar nuestro lugar. Algo más común de lo que creemos que nos pasa a los mortales, incluso como señala Bradbury, no solo a nosotros, también a los inmortales.