Los hermanos Ashkenazi DE ISRAEL YEHOSHUA SINGER

Por Rafael Martín

RESUMEN

UN CLÁSICO DE LA LITERATURA DEL SIGLO XX AHORA EN UNA NUEVA TRADUCCIÓN … 24 DE OCTUBRE DE 2017

Cuando en 1978 Isaac Bashevis Singer recibió el Nobel de Literatura, los autores que seguían fieles al uso del yiddish, la que fue lengua de los judíos de Europa Central y del Este, vieron reconocida la calidad de una tradición escrita que había gozado de momentos de grandeza y era entonces marginal. Sin embargo no pocos de aquellos escritores consideraban superior la obra del hermano mayor, Israel Yehoshua, cuya prematura muerte en Nueva York en 1944, diez años después de llegar desde Polonia, le privó de recibir las distinciones que sin duda merecía.

Un año antes había publicado ‘La familia Karnowsky’, una espléndida saga que recorre tres generaciones de una familia judía personalizadas en otros tantos eslabones masculinos de la misma. En “Los hermanos Ashkenazi”, escrita entre 1933 y 1935, serán dos antagónicos mellizos los que representen sendos estereotipos de su comunidad: uno mezquino, ambicioso, solitario y ultraortodoxo; el otro amable, generoso, mundano y de costumbres gentiles.

La narración de sus avatares personales en la floreciente ciudad de Łódź se verá, sin embargo, netamente superada por el relato apasionado de los conflictos sociales que se inician con la revuelta de los tejedores sometidos a terribles condiciones laborales. Singer sitúa así la lucha de clases por encima de la cuestión religiosa, porque es también el empresario judío el que explota a sus correligionarios con la connivencia del aparato estatal. Pero, a su vez, certifica una terrible contradicción: la violencia del proletariado gentil sobre los judíos en forma de pogromos acaba resultando superior a la de la policía y los patronos, verdaderos instigadores de aquella. No olvida el autor, tampoco, el papel de instrumentos de opresión que adquieren los rígidos preceptos religiosos interiorizados por la comunidad, especialmente para la mujer judía a la que margina y relega a funciones de madre y sirvienta de su esposo.

Al exponer de forma tan cruda la situación de los explotados y explicar el entramado económico y social del momento con tan lúcida precisión, Singer construye una obra casi didáctica en la que sus personajes funciona como arquetipos: empresarios ambiciosos, picapleitos sin escrúpulos, casamenteros, jóvenes revolucionarios o potentados cuya mala conciencian los convierte en solidarios. Esos personajes no se diluyen, sin embargo, en sus papeles, sino que se sustentan en una personalidad intransferible que los hace reales y únicos.

Uno de ellos es el hijo de un rabino que cambiará la Torá por el Capital y la devoción por la revolución, entregándose a esta nueva religión como su padre se entrega a la suya, sin permitir que se tambalee su fe ante la miseria moral que observa en los marginados. Una revolución necesaria que habría de llegar tan inexorablemente como para otros el Mesías.

Y al final llegó, y de eso se cumplen ahora cien años, aunque Singer haga que el desencanto se apodere pronto de sus personajes más honestos, y a su líder se refiera siempre sin nombrarlo, como hará en ‘La familia Karnowsky’ con el Nuevo Orden impuesto por los hombres de las botas altas. Con esa resistencia a dar nombre al Mal, Singer no solo expresa su repulsa, sino que, además, confiere a Aquel un carácter tan indefinido como ominoso.

Estamos pues ante una intensa novela social dirigida a incomodar a los garantes de unas tradiciones anacrónicas, asumidas y sostenidas sin cuestionamiento, los miembros más exaltados de una comunidad tan inmovilista como intransigente. Pero la novela de Singer, comenzada en una Europa irrespirable y terminada en una América prometedora, también va dirigida a los que, como él, optaron por el camino del enriquecimiento intelectual fuera de la ortodoxia asfixiante.