España no es una excepción y la nómina de autores consagrados y noveles que frecuentan el género es amplia. También hay iniciativas como la semana negra de Gijón o el festival Getafe Negro, que dan ambiente, recopilan y contextualizan el panorama año tras año. “La última tumba” fue Premio de novela negra Ciudad de Getafe, en la edición 2013 del festival Getafe Negro, un premio de justicia prosaica, dada la calidad apegada a la crudeza de la propuesta de Alexis Ravelo.
La novela es un tiro certero, un salivazo enérgico, una estampa seca, cruenta y sin concesiones. Alexis Ravelo pone en circulación un personaje sólido, humano, movido por un pertinaz e inquebrantable sentimiento de venganza que condiciona toda su actuación. Adrián Miranda, chapero y toxicómano en los 80, condenado por asesinato, cumple 20 años de condena y cuando sale a la calle, rehabilitado y formado, busca rendir cuentas con los que le hicieron comerse aquel “marrón”. El relato de sus indagaciones y
sus actuaciones es implacable. La violencia salpica al desprevenido lector, que asiste impertérrito a un acto de venganza humana sin concesiones.
La ambientación de la novela, como las de todas sus obras, está situada en las Canarias, concretamente en Las Palmas, lo que le da un sabor genuino a la historia. La condición sexual del protagonista, el microcosmos insular a caballo entre el ambiente de poder y corrupción y los bajos fondos, constituyen elementos que juegan a favor de la originalidad y credibilidad de la historia. El lenguaje, como no podía ser menos, es crudo, descarnado, lleno de argot reconocible y de metáforas ochentenas (“Salí de allí hecho un Geyperman”, “O pongo a currar a los gandules de mis hijos, que se mueven menos que Don Pimpón en una cama de velcro”, “un casquete de pelo negro y rizado que me recordó al pelo de un clic de Playmobil”, “las valoraciones morales de Cheche el Criminal me interesaban menos que el manual de instrucciones de un vídeo beta”…
Cuando dices que un relato no deja impasible a nadie, suena a tópico, pero esta vez no podría ser más cierto. Yo no sentía tanto vértigo y desasosiego leyendo una novela desde “El Poder del Perro”.
En 1988, Adrián Miranda Gil, un chapero drogodependiente, fue condenado a 29 años de prisión por el brutal asesinato de Diego Jiménez Darias, asesor de un importante dirigente político regional. En 2011, tras cumplir más de veinte años de condena, Adrián afronta la libertad condicional como un preso modelo, desintoxicado y centrado en su rehabilitación. Pero, en secreto, ya ha comenzado a urdir su venganza. No tardará en descubrir que su acusación y condena no son fruto de un mero error judicial, sino parte de una conspiración en la que él ha servido como cabeza de turco. Poco a poco, con minuciosa crueldad, Miranda irá adentrándose en el laberinto de mentiras urdidas por los conspiradores, con el firme propósito de cavar una tumba para cada uno de ellos.