Las circunstancias separan al matrimonio, y disgregan a toda la familia. Izolda, que para ocultarse fuera del gueto del que consigue escapar, usa un nombre polaco, ―Maria Pawlicka―se tiñe el pelo de rubio y se hace pasar por aria, tiene una única obsesión: encontrar a su esposo. Va siguiendo las noticias que le llegan por distintas vías, acerca de los campos donde le van recluyendo. Le manda paquetes con comida, hasta que empiezan a devolvérselos. La vida de Izolda/Maria es un continuo trasiego de un sitio a otro, escondiéndose, tratando de encontrar también a la familia, a la que van matando o mueren por enfermedades derivadas del malvivir, pero siempre su objetivo principal es encontrar a su marido, estar lo más cerca posible de él, para intentar ayudarle.
«No es seguro, querida. Allí suceden cosas horrorosas. ¿Quién nos traerá a su marido?
Yo, dice. Iré con vosotros y le traeré.
Pan Bolek deja de sonreír. Deja de llamarla “querida”, e arregla la camisa y se levanta de las tablas.
¿Iría usted por la alcantarilla?
¿Dónde tengo que presentarme?, pregunta.» (pág. 28)
Y así pasa por prisiones, campos de concentración, campos de trabajo, es detenida en varias ocasiones, hace de todo para conseguir dinero que le acerque a donde sigue su marido, y aprende a sobrevivir tragándose el miedo, el dolor, las humillaciones, el hambre y el frío. Le importa poco el aspecto ideológico de cada bando de la guerra. No sabe otra cosa que ha de hacer lo que sea para salvarle a él. Huye constantemente, recorre Polonia, Alemania, Austria, sirviéndose tanto de alemanes como de polacos, judíos o arios, con tal de que la ayuden: trata con contrabandistas, espías, militantes políticos, policías, delatores, soldados soviéticos y soldados americanos, Gestapo y SS…trata con todos y sobrevive. Sobrevive para encontrar a su amado Szajek. Pero la vida sigue por otros derroteros que Izolda no entiende ni entenderá.
La narración está contada de un modo entrecortado: dividida en secciones breves, narrada en presente, casi a modo telegráfico a veces, minimalista. La autora lanza las frases a modo de dardos, casi como si de un guión teatral o cinematográfico se tratase, crudamente, pero sin especial dramatismo, como si los terribles hechos que la protagonista ha de vivir día a día fueran los más normales del mundo. Incluso la propia escritura, saltando de párrafo a párrafo crea fuerte una tensión y desasosiego en el lector, impacta y cala profundamente.
«No sabe a dónde se dirige el tren.
No tiene documentación.
No tiene nada aparte del abrigo de una trabajadora alemana, las medias de una judía húngara y el trozo de una dentadura postiza judía con un diente de oro.
Durante la noche, el tren atraviesa Alemania; ella siente una alegría tan grande que tiene ganas de llorar.
Soy libre, dice en voz alta.
Y estoy viva.
Y él está vivo.
Y todo irá bien…
Coge el abrigo y se suena la nariz con el forro» (pág. 128)
Desde su ancianidad en Israel, junto a hijas y nietos, desgrana partes de su historia, bregando con los problemas lingüísticos –los demás hablan en hebreo, idioma que ella desconoce― y con el desconocimiento de los hechos reales y el distanciamiento que supone vivir en un país tan distinto y tantos años más tarde. Ella, que nunca tuvo una ideología ni nada parecido, ha de vivir entre sus hijas y nietos, que han elegido vivir en Israel por decisión personal y política. Pero sigue pensando en lo mismo, vive en sus recuerdos. En su corazón sigue estando su esposo, rey de corazones.
Hanna Krall (Varsovia, 1935), escritora y periodista de origen judío, sus familiares fueron asesinados por los nazis o murieron de penalidades, así como otras personas que conoció. Ella sobrevivió permaneciendo oculta. Krall ha trabajado además como guionista de cine, concretamente, con el director polaco Kieslowski.
Ariodante
Título: Rey de corazones | Autor: Hanna Krall | Editorial: Nocturna | Traducción: Katarzyna Olszewska Sonnenberg | Páginas 200 | Precio 15€ | Reseñado por Ariodante