Joseph Conrad y su mundo – Jessie Conrad

Jessie George Conrad, (Londres, 1873-1936) era esposa del escritor británico-polaco, Joseph Conrad, con el que se casó en 1896, y al que había conocido fugazmente dos años antes, en una reunión de amigos literarios. Jessie, con 23 años y sin apenas formación, cuyos orígenes eran de clase media, era una mujercita de su casa, a la que habían educado al modo victoriano, para casarse y tener hijos. Es más, como ella misma anuncia al principio de esta “biografía doméstica”, pronto comprendió que lo que Conrad buscaba en ella era una esposa y una madre; un ama de llaves, enfermera, cocinera, secretaria,…en la medida que su posición económica no era todo lo desahogada que hubieran necesitado, –al menos en un primer momento– no se podían permitir más que un par de criados, y la señora de la casa había de ocuparse absolutamente de todo. Esta es la impresión que destila la lectura de estas memorias de vida compartida, porque más que una biografía, son unas memorias; lo que la señora Conrad hace es contarnos los recuerdos de su vida en común con el gran escritor, escorándose hacia el lado humano y doméstico, con llanas y sencillas palabras, y dejando el lado literario para los críticos y especialistas en la materia. LEER MÁS


Todo ello no desdice en absoluto de la calidad del texto, que si bien no es una joya literaria, es una historia amena, entrañable, salpicada de buen humor, una historia familiar curiosísima, que nos amplía el aspecto humano del gran escritor, además de mostrarnos la relación entre dos personas, relación, cuando menos, muy especial, empezando por la decisión de contraer matrimonio. Tal y como lo cuenta ella, poca pasión ni enamoramiento hubo por ambas partes. Ante la inesperada propuesta de boda de un hombre –un extranjero– al que apenas había tratado y que tampoco demostraba un especial interés por ella, que sorprendentemente afirmaba que estaba seguro de su cercana muerte y de que no tendrían hijos, sin embargo, la joven Jessie responde afirmativamente. Y decide que es la misión de su vida ocuparse de él, es decir, asume su papel al completo, si bien, va paulatinamente –dada su juventud– dándose cuenta de lo que le cae encima. Pero sabe adaptarse y lo hace con un buen humor británico.

Además, la autora nos relata las múltiples relaciones sociales, mayoritariamente literarias, que Conrad mantenía, con sus altibajos. Por sus casas desfila una larga lista de invitados, un río continuo, al parecer. Así, se nos va contando de los múltiples visitantes que recibían, a veces con llegadas intempestivas, o comportamientos extraños. La larga y al final tensa relación de Conrad con Ford Madox Ford, con el que compartió la redacción de algunas obras, la intensa relación con Stephen Crane, cordial con Henry James, con su editor J.B. Pinker, con Galsworthy, Perceval Gibbon, Jean Aubry, y un largo etcétera. Su marido necesitaba esas amistades, generalmente más jóvenes que él, por diversas razones, que su esposa intuía pero no acababa de comprender. El escritor era un hombre muy inseguro, parte de cuya vida había pasado en el mar, lo que crea personalidades solitarias e individualistas, a la vez que necesitadas de un plus de calor humano y apoyo moral. Por otra parte, su salud estaba bastante quebrantada por las enfermedades que había contraído en los trópicos, agudizadas por una sensibilidad nerviosa extrema. Todo esto hubo de aprenderlo su esposa a fuerza de paciencia y amor. No entendemos que existiera entre ellos un amor pasional, pero sí ese amor sereno, fruto de los años de convivencia, del apoyo, la comprensión y por qué no, cierto disfrute en su relación. Aún así, Jessie Conrad no tenía una preparación tan intensiva como hacía falta para dirigir el barco de la vida común. Afortunadamente, tenía quince años menos que su marido y una salud aceptable, al menos en los primeros años. Porque poco a poco ella fue acumulando agobios: traslados continuos, dos hijos, enfermedades del esposo y de los hijos, y su cuerpo, sobre todo su rodilla, que había sufrido una mala caída, le fue pasando factura, hasta que ya en la cuarentena, hubo de ser operada en varias ocasiones y pasó cerca de dos años con graves problemas de movilidad, y posteriormente, un largo tiempo usando muletas y bastones. Pero todo lo sobrellevó animosamente, con algún que otro arranque de enfado, que desaparecía en seguida. No así su esposo, que soportaba mal que su “cuidadora” requiriese a su vez, cuidados.

Es un detalle a resaltar la continua necesidad que tenía Conrad de cambiar de sitio. Acostumbrado, como marino, a ir de aquí para allá, parece como si su alma necesitara, una vez en tierra, desplazarse de un lugar a otro para poder desarrollar su tarea creadora. Estas incesantes mudanzas ocasionaban a su pobre esposa muchos quebraderos de cabeza, ya que era la que cargaba con la organización de todo, mientras el escritor generalmente solía quitarse de en medio, visitando amigos o enfermando repentinamente con sus famosos ataques de gota. Jessie, humorísticamente, le llama “mi querido avestruz”. Los hijos, Borys y John, al hacerse mayores, ayudaban como podían, pero a veces la madre había de ejercer de mediadora entre el escritor y ellos. Esta gran mujer pudo con todo, lo cual le confiere un mérito indudable, puesto que se consagró a su familia y su dedicación fue exhaustiva, a veces no del todo reconocida por los biógrafos del literato. No sólo las mudanzas de casa, sino los desplazamientos por el extranjero: el viaje a Polonia fue toda una aventura, el viaje a Capri cuando ella apenas si podía desplazarse con muletas y todo eran escaleras y cuestas; así como cuando Conrad se empeñó en visitar el país y la casa natal de Napoleón. Cruzaron Francia en automóvil, en 1921, y les ocurrieron innumerables percances por el camino, incluido un encuentro con bandoleros en Córcega. Únicamente el viaje a Nueva York, que tanto hizo disfrutar al viejo escritor, hubo de hacerlo sin ella, que pasaba otra temporada de inmovilidad. Y quince meses después murió Joseph Conrad.

Hay algo que se echa de menos en esta edición: unas páginas de cronología. Porque la señora Conrad apenas cita fechas, y a veces narra hechos anteriores o posteriores, sin seguir un orden muy estricto, por lo que en algunos momentos se crea cierta confusión a la hora de ubicar temporalmente una anécdota o unos hechos. A ella le interesa más hablar de lo que pasó, de mostrarnos la vida familiar, pero no tanto ajustarse al espacio-tiempo. Salvo este pequeño detalle, el libro es atractivo y entretenido, se lee con mucho interés incluso aquellos que no conozcan nada sobre Conrad pueden leerlo y sentirse atrapados en sus páginas.

Ariodante

FICHA DEL LIBRO

Título: Joseph Conrad y su mundo | Autor: Jessie Conrad | Editorial: Sexto Piso | Páginas: 434 | Precio : 22,90€ |

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